Introducción
Cuando contratás a un coach le estás pidiendo que te ayude a cambiar ciertos resultados. Para que los nuevos resultados conseguidos sean consistentes, deberás cambiar hábitos. El hábito es el territorio sobre el que se despliega el coaching.
En general no tenemos dificultad en darnos cuenta qué hábitos son positivos y cuáles son negativos. Pero nos suele faltar una comprensión más holística de esto: Es decir, una percepción del efecto de los hábitos que sea producto de una experiencia del conjunto mente-cuerpo-emociones.
Qué pasa en el día a día?
Como parte de los procesos de coaching indagamos hábitos de distintos tipos: de dinámicas de trabajo, de comunicación, de alimentación y sueño, de consumo de información, etc.
Parte del trabajo del coach consiste en señalar qué hábitos evaluamos que son perjudiciales, y cómo se podrían modificar o reemplazar. Si la relación de confianza mutua necesaria para trabajar funciona bien, no debería haber dificultades hasta acá, y podemos trazar planes de acción.
Pero suele suceder que, entre un encuentro y el otro, lo que estaba muy claro se diluye o se olvida. Cambiar hábitos es difícil. En el camino vamos a sentir resistencia, ganas de abandonar, y un tercer enemigo insidioso, que es el “piloto automático”.
De qué están hechas las dificultades que encontramos?
El primer obstáculo tiene que ver con la ansiedad por los resultados. Empezamos una rutina de ejercitación, y vamos a mirar nuestro cuerpo al espejo. Intentamos nuevas dinámicas de comunicación en nuestro trabajo, y esperamos que nuestras relaciones cambien rápidamente.
Pero lo primero que vamos a sentir es incomodidad. Dolor muscular en todo el cuerpo, sensaciones de abstinencia cuando se abandona algo. Mayor cantidad de trabajo cuando estamos intentado una nueva rutina, etc. La demora y la incomodidad nos desincentivan a cambiar. Producen que las decisiones que tomamos nos resulten anti intuitivas. No “se siente bien” en seguida. Sabemos que tenemos que repetir las nuevas acciones para ver los resultados que queremos; pero eso es un saber racional.

Como regla general el cerebro tiende a la “pereza”, para ahorrar energía. Resulta curioso entender esto, pero el cerebro no suele tener grandes ambiciones para nosotros. Entre elegir una novedad o un camino seguro, va a preferir el camino seguro. Esto es lo que nos suele mantener recorriendo los mismos carriles.
En este punto es importante recordar algunas cosas: Que los efectos van a demorar. Que es importantísimo disfrutar, “engancharse” con el proceso en sí mismo, y olvidarse de los resultados que se buscan.
Suele haber un efecto compuesto en los beneficios que obtenemos de nuestros esfuerzos: que no se notan al principio, pero que generan una acumulación que “paga” con la constancia. Dietas, ejercicios, y relaciones entre personas son testimonio de esto.
El proceso es la clave, y en definitiva importa más que el resultado final. Por qué? Porque si pudimos atenernos a un proceso bien diseñado, y lo sostuvimos lo suficiente, no sólo estaremos más cerca del objetivo que nos propusimos, sino que, más importante aún, nos demostramos a nosotros mismos que el movimiento se demuestra andando, y que somos un ser dinámico, que diseña sus propios cambios.
La confianza y la voz en nuestra cabeza.
Si no hay una buena plataforma narrativa que sostenga y dé sentido a los nuevos hábitos, si no hay modelos mentales que sostengan adecuadamente lo que queremos innovar, los mecanismos de default van a tender a hacernos retroceder. Lo que nos digamos a nosotros mismos frente a las dificultades va a ser clave, y un elemento central es la confianza:
Confianza en el coach, con quien evaluamos los hábitos y diseñamos los cambios.
Confianza en nosotros mismos, en que lograremos sostener lo que propusimos. El hábito más difícil para cambiar es el primero.
Confianza en el proceso. Énfasis en la repetición, más que en la evaluación permanente de cómo estamos en relación a cómo queremos estar.